Han
existido mujeres serenas de ojos claros,
infinitas
y silenciosas como esa llanura
que
atraviesa un río de agua pura.
Han
existido mujeres con visos de oro,
rivales
del estío y del fuego, semejantes a
trigales
lascivos que no hieren la hoz
con
sus dientes pero arden por dentro
con
fuego sideral ante el cielo despojado.
Han
existido mujeres tan leves
que
una sola palabra, una sola,
las
convirtió en esclavas. Y existieron otras,
de
manos rojizas, que al tocar una frente
suavemente
disiparon ideas terribles.
Y
otras cuyas manos exangües y elásticas,
con
giros lentos aparentaban insinuarse
creando
una urdimbre rara y fina
en
que las venas simulaban
hilos
de vibración ultramarina.
Mujeres
pálidas, marchitas, devastadas,
ardidas
en el fuego amoroso
hasta
lo más profundo de sí mismas,
consumido
el rostro ardiente,
con
la nariz agitada por el impulso
de
inquietas aletas, con los labios abiertos
como
yendo hacia las palabras pronunciadas,
con
los párpados lívidos
como
las corolas de las violetas.
Y
todavía han existido otras y,
maravillosamente,
yo las he conocido.
Italia
Pescara,
12 de marzo de 1863, Pescara
Gardone
Riviera, 1 de marzo de 1938
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