La niña chica era la gloria de Platero. En cuanto la veía venir hacia él, entre las lilas, con su vestidillo blanco y su sombrero de arroz, llamándolo dengosa: "¡Platero, Plateriiillo!", el asnucho quería partir la cuerda, y saltaba igual que un niño, y rebuznaba loco.
Ella, en una confianza ciega, pasaba una vez y otra bajo él, y le pegaba pataditas, y le dejaba la mano, nardo cándido, en aquella bocaza rosa, almenada de grandes dientes amarillos; o, cogiéndole las orejas, que él ponía a su alcance, lo llamaba con todas las variaciones mimosas de su nombre: "¡Platero! ¡Platerón! ¡Platerillo! ¡Platerete! ¡Platerucho!"
En los largos días en que la niña navegó en su cuna alba, río abajo, hacia la muerte, nadie se acordaba de Platero. Ella, en su delirio, lo llamaba triste:"¡Plateriiillo!... " Desde la casa oscura y llena de suspiros se oía, a veces, la lejana llamada lastimera del amigo. ¡Oh estío melancólico! ...
Juan Ramón Jiménez
gran
ResponderEliminarobra!!
¡Cuántas nostalgias de ese Platero que leí en mi niñez!
ResponderEliminarUna prosa suave, transparente que marcó la etapa de los sueños.
Abrazos,
Maravilloso Platero, cuanta ternura y talento derrocha..y cuanta nostalgia siento yo, igual que Catalina, la niñez vuelve y ahora se disfrutan mucho estos textos de J. R. Jiménez.
ResponderEliminarUn abrazo enorme amiga Trini!, siempre tan acertada.
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