para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
Oviedo 6 de septiembre de 1925/
Madrid 12 de enero de 2008
Oh sí, ya conocía esta poesía. Es una pasada como todas las de Ángel González.
ResponderEliminarGracias por recordármela.
Besos
Muy bonito el poema, me ha gustado
ResponderEliminargracias por compartirlo.
feliz semana.
Qué voz tan particular, tan intensa.
ResponderEliminarQué descripción certera de la llegada al mundo, de la humildad que uno debe sentir ante la grandeza de la Creación, del mundo que fluía sin nosotros.
Bello, bello, intenso, desgarrador.
Besazos, querida Trini.
Una marvilla de poeta, que siempre da gusto releer.
ResponderEliminarEs bello, con ritmo e intenso.
Un beso, Trini
Trini:
ResponderEliminarDe los poemas que logran gran empatía con el lector.
Abrazos fraterno en Amistad y Poesía verdaderas,
Frank.