Cuando tú te sumerges
en el mar del arrullo,
oh eterna amada mía,
tu aliento se me vuelve
resaca de esa fuerza
de nuestras vidas juntas.
Y tú, ola incesante
alzada hasta mi boca,
me salpicas espumas
de besos indelebles;
y así te siento entonces,
a golpes, los candiles
batiéndome en el pecho.
Tu corazón desgaja
latidos en sus pulsos,
con sangre que zarpase
por tus fluviales venas
buscando el puerto tibio
del corazón del hombre.
Así, oh amada, eres
semejante a la estrella,
pisándole a los aires
su cola de perfumes.
Mira la tierra, mira
el mar que la rodea;
aislada tierra firme
que se ofrece a tus pasos,
moviendo sus cristales,
los cielos en sus fuentes,
a orillas del idilio.
España
Sevilla, 18 de enero de 1895
Madrid, 1 de octubre de 1957
Precioso poema que agradezco doblemente como visitante casual de este interesantísimo blog y como nieto del poeta que trata con el suyo de recuperar del olvido a este gran artista.
ResponderEliminarMuy atentamente.
GRANDE ADRIANO DEL VALLE!!
ResponderEliminarNo lo conocía.
Perfecto poema en su estructura e intenso en su sentimiento.
Y no sé qué será pero me suena nerudiano ...
Algo tendrán de hermandad, digo yo.
Una belleza la entrada, Trini.
ABRAZOS.