Ya duele el azahar en la memoria.
Cómo lastima
la luz aquella.
Ahora,
un incensiario de plata - péndulo de plata
del reloj de mi tiempo- estará dando
mi pena en un punto en aquel sitio.
Duele el incienso, duéleme en el alma
la lenta cera ardida, oigo el ruido
de los pies que sisean bajo el paso
en el silencio de la madrugada,
como llamando, ¿a quién?, como llamándome.
Regresando estará la luz ahora
a la ciudad que es suya, a su costumbre
de ser azul y cielo y siempre mía,
y avanza a paso largo la memoria
de regreso a su casa.
Es cruel el destierro. cae de bruces
sobre la dolorosa dicha aquella.
Intentar levantarlo
es más cruel aún. Quiere estar solo,
entre dos luces, por aquella calle.
El incienso...qué símbolo potente para el desaliento (y el destierro)...tan bíblico y tan duro, en este poema magistral.
ResponderEliminarEstas letras duelen de años, de recuerdos y soledades...
Gracias, Trini.
Besos.
Ay, ¡el recuerdo! La memoria es, a veces, una maldición, la más terrible.
ResponderEliminarGolpea con sus detalles espantosos, con sus matices delicados, con las luces difusas de ciudad, con las emociones de hace siglos, que vuelven.
Son crueles, ¡malditas!
Y tanto golpea el recuerdo de un lugar como el de una persona, cuando eran amados...
Directa al corazón, querida Trini.
Besazos.