Era el otoño y era
la llovizna,
la inicial
certidumbre del poniente.
Mis pasos
desandaban su tristeza
mientras sobre la
tierra conmovida
era el otoño y era
la llovizna.
En el transcurso
de las avenidas
todos los pájaros
habían muerto,
y las hojas
llovían cautamente
sobre la hierba,
cerca de mi sangre,
en el transcurso
de las avenidas.
¿Qué llanto
conocí, qué desconsuelo
bajo los árboles
deshabitados?
Cuando en la
fuente se reconocía
un cielo de
palomas lejanísimas
qué llanto conocí,
qué desconsuelo.
Oh muros de mi
sed, aquellos muros
que no sé si
existieron a mi lado;
bebí en ellos
soledad de siglos,
luz funeraria,
fríos alusivos.
Oh muros de mi
sed, aquellos muros.
Triste ejercicio
el de invadir la niebla
por ámbitos
inciertos, declinando.
Atravesé
desconocidos puentes
en el amanecer de
los faroles.
Triste ejercicio
el de invadir la niebla.
Todos los pájaros
habían muerto
en el transcurso
de las avenidas.
Qué llanto conocí,
qué desconsuelo:
era el otoño y era
la llovizna,
todos los pájaros
habían muerto.
Argentina
Ramos Mejía, 1 de
febrero de 1930/
Buenos Aires, 10 de enero de 2011
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