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24 mayo 2018

Eavan Boland, Una mujer sin país

Cuando rompe el día él entra a
una habitación con olor a ácido.
Apoya la plancha de cobre sobre la mesa
y  busca el mango del buril.
Dublin despierta con caballos y lluvia. 
Los vendedores ambulantes gritan.
Todas las noticias son hambruna y hambruna.
El punzón chato, el punzón redondo,
la gubia lo esperan.
Se inclina sobre su trabajo y empieza.
Comienza por la cabeza, cortando
hasta el borde de la mejilla, encontrándose
con la inclinación del cráneo, cincelando
la forma de un rostro que se convierte
en una fusión de sombras, reproduciendo
con un corte más profundo en el cobre
a toda la mujer como un esqueleto,
los jirones de su falda, su muñeca
en una línea huesuda por siempre
cortando
su cuerpo del aire nativo hasta
que ella está lista para la página,
para el vendedor ambulante, para
una nueva relación que ahora añade
a la pérdida y al laissez-faire
el olor a ácido y la pequeña
despiadada tragedia de ser imaginado.
Guarda sus herramientas
una a una, las coloca con cuidado
en la mesa de pino, su trabajo terminado. 
 Eavan Boland
Irlanda
 Dublin, 1944

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