Mis poemas son unas
miserables bestezuelas
que han arruinado mi vida
con una cadena perpetua.
Me rompen y no puedo
recoger mis pedazos.
Hacen que mi corazón sea
un pozo cavado con martillo,
me ponen el viento a mi
espalda,
me obsequian su ojo sangre y el clavel de sus labios
y riman lo que me dan y lo
que me quitan.
Mis poemas han hecho que
mi corazón no sea confiable ni culpable
y que mi ambición sea más
débil que mi esperanza,
que mi razón sea una
película velada
que está de acuerdo con no
estar de acuerdo;
que demonios
imperfectos derramen sobre mí su sangre
falsa
y que busque respuestas y
solo encuentre preguntas.
Sin embargo, también por
esas miserables bestezuelas
no he amado a nadie que no
mereciera ser amada
y han empujado mi mano
para lanzarles rosas, agua de lluvia,
letras de molde y corcheas estrujadas.
Pero creo que me quitan
más de lo que me dan,
porque cuando mi cabeza
está bien mi corazón está mal
y cuando mi corazón está
bien me convierto en un viejo actor loco que defiende Camelót con una espada de
cartón
y me sale la Virgen en bicicleta
y no duermo ni de día ni
de noche haciendo flores de humo
como un adicto a la
agonía.
Entonces las miserables
bestezuelas
vienen como manchas de
tinta de un espíritu agotado
para meterme poemas
ásperos en los bolsillos
y encuentro que es fácil
mentirme a mí mismo
se me borran las casitas
de las estrellas en el cielo.
Nicaragua
Granada, 1945
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