Hablar
tan bajo que nadie oiga, escribir tan minúsculo que nadie lea, tanto vaciar
ojos y oídos hasta que me hallen desaparecida en el suelo que piso. Mi ausente
yo comprando casas de porcelana para mi madre. Coleccionamos casas, pájaros
enmarcados y budas mendicantes, que nos miran más allá de la panzuda ternura de
un candelabro de latón dorado al que madre pasa lustre cada lunes. Ni tenemos
casas ni alas. El Niño Jesús cojea y duerme en la almohadita de terciopelo
rosado que le dejaron para hacer conjunto, en vez del cesto de pajas. No
descansa, nos mira con ojos de vidrio pintado bien abiertos; nunca pude tener
canicas, pues los adultos tenían miedo de que las engullera; pero yo no me
tragaría los ojos de un Niño lastimado. Golpea en la noche mi alma y es posible
que se la haya cambiado por ojos vidriosos a un Cristo de dos piernas. Gemir
tan bajo que todos lo oigan, hablar tan silenciosamente que nadie pueda dormir,
respirar tan lentamente que hasta los santos se despierten y los ángeles huyan
de los cielos. ¿Qué otra forma tengo de recrear tu soledad en la mía?
Portugal
Oporto, 1985
Traductor: Ángel
Manuel Gómez Espada
Bello! Vivir en la piel de los demás.
ResponderEliminarUn abrazo para las dos.