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19 marzo 2019

León Darío Gil: El mío, María

Si todos tenemos un ángel –como dicen- el mío es usted;
sin alas ni aureolas, simple, común y corriente.

Que no sepa nadie, ángel mío,
que has tergiversado mis creencias;
no por otra cosa profeso ante tí mi idolatría.

Imagínate: Volverse agua mi boca
cuando presiento en la tuya
una estación para mis besos

Que no quepo en la gloria cuando fundamos los dos
el pecado mortal de la dicha
donde acabamos siendo sal, sed, incendio y fruta.

Y, si no, qué dispendioso misterio pervive en todas partes
que, si no estás, toda entera vas conmigo
pervirtiendo mi soledad y cada tiempo que transcurro.

Para divina, ahí está el pérfido ensalmo de tu cintura,
la gracia inmerecida de tu risa, el ajuar renegrido de tu pelo
y, por debajo de tu blusa, un par de claves temblorosas para colarme al cielo.
León Darío Gil:
Colombia
Caramanta, Antioquia, 1953

25 mayo 2018

Alfredo Vanín, María hija del mar

Nadie puede desprenderse de ti
de tu nombre que significa arenas y navegaciones
ni siquiera cuando la estrella está más alta.
El fuego reconoce a los suyos,
a los brotados de la espiga.
Las esbeltas siluetas nacidas de los humos
no sobreviven en las grandes borrascas
son apenas nombradas por un murmullo grácil.
Y así eres en medio de los nacimientos
guiada por la que se oculta entre flores
y decide contigo los designios del delfín y el velero.
Nadie, María de la Mar,
puede apartar la cara del sudeste
sin alabar el leve corazón que despierta
junto a la ciudad que como tú se adorna con gladiolos
y creces como el vino, llena de música y de límites
y de luces rientes
donde presides como sacerdotisa los misterios salados.
 Alfredo Vanín
Colombia
Timbiquí 1950

22 mayo 2018

Nicanor Parra, Es olvido


Juro que no recuerdo ni su nombre,
mas moriré llamándola María,
no por simple capricho de poeta:
por su aspecto de plaza de provincia.
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,
ella una joven pálida y sombría.
Al volver una tarde del Liceo
supe de la su muerte inmerecida,
nueva que me causó tal desengaño
que derramé una lágrima al oírla.
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!,
y eso que soy persona de energía.
Si he de conceder crédito a lo dicho
por la gente que trajo la noticia
debo creer, sin vacilar un punto,
que murió con mi nombre en las pupilas,
hecho que me sorprende, porque nunca
fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con ella más que simples
relaciones de estricta cortesía,
nada más que palabras y palabras
y una que otra mención de golondrinas.
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo
sólo queda un puñado de cenizas),
pero jamás vi en ella otro destino
que el de una joven triste y pensativa.
Tanto fue así que hasta llegué a tratarla
con el celeste nombre de María,
circunstancia que prueba claramente
la exactitud central de mi doctrina.
Puede ser que una vez la haya besado,
¡quién es el que no besa a sus amigas!,
pero tened presente que lo hice
sin darme cuenta bien de lo que hacía.
No negaré, eso sí, que me gustaba
su inmaterial y vaga compañía
que era como el espíritu sereno
que a las flores domésticas anima.
Yo no puedo ocultar de ningún modo
la importancia que tuvo su sonrisa
ni desvirtuar el favorable influjo
que hasta en las mismas piedras ejercía.
Agreguemos, aún, que de la noche
fueron sus ojos fuente fidedigna.
Mas, a pesar de todo, es necesario
que comprendan que yo no la quería
sino con ese vago sentimiento
con que a un pariente enfermo se designa.
Sin embargo sucede, sin embargo,
lo que a esta fecha aún me maravilla,
ese inaudito y singular ejemplo
de morir con mi nombre en las pupilas,
ella, múltiple rosa inmaculada,
ella que era una lámpara legítima.
Tiene razón, mucha razón, la gente
que se pasa quejando noche y día
de que el mundo traidor en que vivimos
vale menos que rueda detenida:
mucho más honorable es una tumba,
vale más una hoja enmohecida,
nada es verdad, aquí nada perdura,
ni el color del cristal con que se mira.

Hoy es un día azul de primavera,
creo que moriré de poesía,
de esa famosa joven melancólica
no recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo sé que pasó por este mundo
como una paloma fugitiva:
la olvidé sin quererlo, lentamente,
como todas las cosas de la vida.
 Nicanor Parra
Chile
San Fabián de Alico, 5 de septiembre de 1914,
La Reina, 23 de enero de 2018

03 octubre 2017

Humos, Juan Gelman

Está quieta la tarde en el café. Pasa
la niña que pide y
se llama Mari. Su tristeza
pisa la ciudad y rostros
que dieron su vida por la vida y
la niña repite. El sueño
es un libro enrollado, echa humo
como si fuera un horno grande. Su mano dice
que el mundo es cóncavo.
Juan Gelman
Argentina
Buenos Aires, 3 de mayo de 1930
 Ciudad de México, México , 14 de enero de 2014

12 septiembre 2017

Un rincón para quedarse, Andrea Cote

Ya no requieras, María,
el alma de las cosas desprovistas,
que no son más que huesos de esta casa muerta.

No busques el vacío de tu cuerpo en las paredes
que no saben de ti
que por ti no preguntan;
ni tampoco cicatrices en el aire
de azul embalsamado
que sólo está aquí como prueba de un cielo abolido.

El paisaje es todo lo que ves,
pero que no sabe que existes,
así como estas cosas que nada contarán de ti,
de tus heridas.

Acuérdate, María,
que tú eres la casa y las paredes
que viniste a derrumbar
y que la infancia es territorio
en que el espanto anhela
no sé qué oscuro rincón para quedarse.
Andrea Cote
Colombia
Barrancabermeja, Santander, 27 de julio de 1981

27 agosto 2017

El patio de la casa de María, Luz Helena Cordero Villamizar

La casa de María tenía un patio de lluvia,
ollas rotas en lugar de macetas
donde lombrices de tierra plegaban el misterio,
tréboles morados semejaban mariposas,
un caracol asomaba sus tentáculos
y su concha tenía la forma del secreto.
La enredadera, a falta de pared,
se abrazaba alrededor de sí misma
formando nudos que los gatos reventaban
con sus uñas de juguetería.
El suelo del patio de la casa de María
era verdoso de tan húmedo,
su baba pintaba mis dedos -parientes de las hojas-,
el universo cabía entre mis manos.
Por los canales y las paredes
del patio de la casa de María
bajaba el agua a borbotones
o salpicaba con el sonido triste de las cinco de la tarde,
la hora en que María empezaba a regresar.
Entonces yo, que hablaba el lenguaje húmedo
de la lombriz o el caracol,
iba reptando hasta el tiempo en que habría de saber
que María no tenía casa,
la casa no tenía patio
y el patio era una forma de la memoria. 
Luz Helena Cordero Villamizar
Colombia
Bucaramanga, 1961

09 agosto 2017

La merienda, Andrea Cote

También acuérdate María
de las cuatro de la tarde
en nuestro puerto calcinado.
Nuestro puerto
que era más bien una hoguera encallada
o un yermo
o un relámpago.

Acuérdate del suelo encendido,
de nosotros rascando el lomo de la tierra
como para desenterrar el verde prado.

El solar en donde repartían la merienda,
nuestro plato rebosante de cebollas
que para nosotros salaba mi madre,
que para nosotros pescaba mi padre.

Pero a pesar de todo,
tu lo sabes,
habríamos querido convidar a Dios
para que presidiera nuestra mesa,
a Dios pero sin verbo
sin prodigio
y sólo para que tú supieras,
María,
que Dios está en todas partes
y también en tu plato de cebollas,
aunque te haga llorar.

Pero sobre todo, María,
acuérdate de mí y de la herida,
de antes de que pastaran mis manos
en el trigal de las cebollas
para hacer de nuestro pan
el hambre de todos nuestros días
y para que ahora,
que tú ya no te acuerdas
y que la mala semilla alimenta el trigal de lo
desaparecido
yo te descubra, María,
que no es tu culpa
ni es culpa de tu olvido,
que es este el tiempo
y este su quehacer.
Andrea Cote
Colombia
Barrancabermeja, Santander, 27 de julio de 1981

08 agosto 2017

A María Kempelfeldt, Héctor Pedro Blomberg

¿Quién eras, oh María, misteriosa María
la dueña de este libro que he encontrado al partir?
En la primera página, en alemán, decía
con letra temblorosa: "Te quiero hasta morir".

Dulce María Kempelfeldt, aquí, en este navío
que te llevaba lejos, ¿soñaste como yo?
¿tu corazón sangraba nostalgias, como el mío?
¿tampoco tu quimera de amor se realizó?

"Ich liebe die, María..." ¿En qué brumoso puerto,
en qué tierra lejana dejaste el corazón
que gimió en estas páginas, en este libro abierto
y olvidado en un barco, su ensueño y su pasión?

"Ich liebe die", María. Yo guardo el libro, y leo
el verso que ha veinte años escribió en alemán
un hombre que te amaba, y en mis ensueños veo
tu rostro rubio y triste...Y los barcos se van.... 
Héctor Pedro Blomberg
Argentina
Buenos Aires, 18 de marzo 1889/
Buenos Aires, 3 de abril de 1955