La vida siempre
acaba mal.
Siempre promete
más de lo que da
y no devuelve
nunca el furor,
el entusiasmo que
pusimos
al apostar por
ella.
Es como si cobrase
en oro fino
la calderilla que
te ofrece
y sus deudas
pendientes
-hoy por hoy-
pueden llenar mi
corazón de plomo.
No sé por qué
agradezco todavía
el beso frío de la
calle
esta noche de
invierno,
mientras que me
reclaman,
parpadeando,
sus ojos como
luces de algún puerto.
Por qué espero el
calor que se fue tantas veces,
el deseo
por encima de
todas las heridas.
Pero acaso me
calma una tibia tristeza
que ya no me
apetece combatir.
Todo sucede lejos
o se apaga
como los pasos que
no doy.
La vida siempre
acaba mal.
Y bien mirado:
¿puede terminar
bien lo que termina?
Ángeles Mora
España
Rute, Córdoba 1952/
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