En el trayecto nocturno de
regreso
miré al cielo y vi la
luna. ¡Qué luna!
Largo rato estuve viendo
su cara plateada,
sus ojos esfumados, su
nariz y su boca
que siempre suspira desde
allá, tan lejos,
y sonríe, para que seamos
felices.
Qué sería de la noche y de
nosotros
sin su luz: unos seres
solos, amargos,
sin ese disco que nos
acompaña, nos entibia la piel
antes y después de nacer y
morir.
No concibo nada sin su
presencia,
nada de lo que hacemos
puede alcanzarla
ninguna palabra tocarla,
nada de versos, señores
poetas de la noche,
nada de este ejercicio
cojitranco del verbo,
ella está arriba
suspendida, flotando, planeando
sola y muda para nosotros:
sólo hay que verla
como uña, hoz, pelota,
bola dulce con sus livianos cráteres,
sus valles llenos de
nervios secos
y su aire sin peso que nos
deja instalados
en el viejo silencio de
los tiempos.
Gabriel Jiménez Emám
Venezuela
Caracas, 21 de junio de
1950
No hay comentarios:
Publicar un comentario