No me
acuses, te ruego, por la excesiva calma
o tristeza
del rostro, cuando estoy a tu vera,
que hacia
opuestos lugares miramos, y dorarnos
no puede un
mismo sol la frente y el cabello.
Sin
angustia ni duda me miras siempre, como
a una abeja
encerrada en urna de cristales,
pues en
templo de amor me tiene el sufrimiento
y tender yo
mis alas y volar por el aire
sería un
imposible fracaso, si probarlo
quisiera.
Pero cuando yo te miro, ya veo
el fin de
todo amor junto al amor de ahora,
más allá
del recuerdo escucho ya el olvido;
como quien,
en lo alto reposando, contempla
más allá de
los ríos, tenderse el mar amargo.
Elizabeth Barret Browning
Inglaterra
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