Tenía un roscón de
Reyes llamado La Vida,
del que comía a
todas horas, buscando el regalo escondido
en su masa tan
dulce.
Es bella la vida,
decía, mas yo
no la hubiera
elegido,
y seguía comiendo
de su roscón de
Reyes, que casi despreciaba.
Mas a veces
le quedaba un
pedazo pequeño en la mano,
que deshacía
con ávidos dedos:
¿Quién me lo dio? ¿Qué contiene?
Pero tan sólo
veía la dorada
superficie de dulces migas sin fondo
misterioso, sin
contenido
oscuramente
profundo que hubiera podido indicarle
una verdad.
(No quiso
utilizar el
microscopio que a mano tenía para tales
experiencias.
Temía las verdades
profundas porque son
peligrosas.)
De modo
que seguía
comiendo el dulce pan de sus días,
preguntando
siempre
a la vida por su
regalo,
sin hallarlo jamás
entre el fino pastel sabroso.
Austria
Viena, 1959
No hay comentarios:
Publicar un comentario