muy moderno.
Parecía
una extraña
cazuela.
Unos tacones leves
y muy altos.
Un abrigo
atrevido.
Unos guantes y un
bolso de color avellana.
Los labios y los
ojos pintarrajeados.
No debía de ir
mal.
Las mujeres
volvían la cabeza
para mirar la
hechura del abrigo.
Los hombres...
Pero yo,
bajo la piel y
aquella vestidura de comparsa,
llevaba otro
ropaje de un tejido muy denso. Era de angustia.
Y añoré
mi pelo suelto,
mis zapatos bajos,
mi abrigo
deportivo,
mi tez morena,
solamente el agua.
Tú me veías, Dios.
Y cómo hablamos.
Yo te decía
que estaba muy
ridícula con todo aquello.
Tú dijiste que sí.
Y compartiste
el tan amargo leve
movimiento
de mis labios
oblicuos.
Mª Elvira Lacaci
España
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