Mañana
darán toda clase de explicaciones.
Se
llenarán de viudas los suplementos.
Vanidosos
exegetas dirán del fuero interno de su vida
y
elogiarán con citas al gran poeta que murió
olvidado.
No
fue a velarle al tanatorio de la autopista.
Y
en esta oscura noche, de regreso,
pensando
que faltaste, por derrame,
al
último homenaje que te hicieron,
comprendo
que tu ausencia fue el poema.
Qué
ironía final, Gastón Baquero,
que
enviaste en los días que acababas
a
un cubano de Cuba que es santero,
a
un cubano de aquí que ha sido un espejismo
y a
un tercero, poeta, que me encuentro, me saluda,
me mira
y
brota como en tromba la tristeza.
Tampoco
fui a llorarte al crematorio
ni
sé si incineraron tu sombrero.
¿Qué
anotación al margen con tu caligrafía
de
trazos ilegibles, y en qué montón de libros,
anunciaba
tu muerte o tu epitafio?
Era
verano, la calle vacía.
Andabas
muy despacio y en aquel restaurante
te
sentabas al fondo mirando hacia la entrada.
“Es
lo primero que aprende un buen gángster.
Así
nunca te matan por la espalda.”
La
muerte innominada se bautiza
con
tu nombre, Gastón, en La Almudena.
Y
tú que nos decías que el exilio no existe
porque
la cuna del hombre es la tierra.
No
importa dónde estés, te encuentras en tu casa.
Exilio
sería que vinieran habitantes
de
otros astros y nos llevaran lejos.
Pero
en la tierra no. Estemos donde estemos,
siempre
tendremos,
a
la misma distancia las estrellas.
En
la tierra, decías, tú que eres
cenizas
en el aire.
Gastón
el exiliado
Abandona
la isla de la vida
y
los libros. Llevaba por maleta
su
espíritu, pequeño paraíso.
Nadie
puso laureles en su frente.
Y
en esta noche lenta, de triste velatorio
yo
en mi ausencia le velo desde casa
y
pido tamarindos consagrados.
España
Arnedo,
4 de septiembre de 1962
Madrid,
1 de agosto de 2008
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