Las pendientes ascienden y descienden.
¡Cómo costaba cargar con la rutina!
Casitas encajonadas como mosaicos
de pinturas en vidrio; donde el vecino oía
las realidades más escabrosas.
Y las iglesias, acorralaban, acorralan
la esperanza, desesperanza, de sus devotos.
Afuera, plazoletas albergaban la pobreza y el vicio.
Allá lejos, el horizonte siempre me espera, me llama.
Sin embargo…
Los años entregados a otros campos fueron vanos;
es aquí en esta ciudad de la que hui;
donde estoy y estaba.
Gina E. López
Ecuador
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