Los
niños, como los gatos, podemos ver en la oscuridad.
Vigías
que saben que no pueden deslumbrarse
con
su propio sueño, pasamos las horas
tejiendo
una tela finísima alrededor
de
nuestro miedo. Después, muchos años después,
solías
decirme, llega el olvido y podemos dormir
sin
sobresaltos. Yo aún no he olvidado.
Cada
noche, nos intercambiamos historias
como
joyas. Esta te queda bonita,
esta
le sienta bien a tu piel, a tus ojos:
Había
una niña que era tan pequeña
que
cabía en la palma de una mano.
Si
yo fuera esa niña —pienso— elegiría
vivir
en tu mano. Podrías cerrarla
y
dejarme sin nada, pero toda buena historia
necesita
una tragedia, un vuelco inesperado
en
la trama. No quiero que llegue el fin
de
tu relato, que la noche se acabe. No sé qué hay
del
otro lado. La vida es una imagen
que
va desdibujándose, perdiendo los contornos
día
a día. Crecer es el tránsito de la imagen precisa
a
la distorsión. Quiero seguir siendo niña
para
conservar la vista.
Argentina
Resistencia,
Chaco,1972
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