Las cosas suceden
así,
sencillamente:
Vuelven del
trabajo
con sabor de cal
viva entre los dientes.
la esposa les
contempla con costumbre.
-¿Quién dice amor,
si la palabra estalla?-.
Y cogen del pan,
como si fuera
barro y arena,
un puñado tan
sólo.
(Es pan de pobres,
desalado y negro
y triste como el
silencio de la casa toda.)
Y se marchan.
(La esposa les oye
cerrar la puerta,
pero no dice nada.
¡Está tan cansada!
Prefiere aquella
fría soledad
con olor de
abandono.
Pudiera recordar
su juventud y dormir,
pero ¿quién sueña
o duerme?
Los pobres no
recuerdan;
mueren como las
piedras roídas de las murallas.
Ellos, en tanto,
beben
un agrio vino con
sabor de azufre;
y si ríen y gritan
y golpean,
es porque -¡Dios,
qué vida!-
da rabia beber sin
alegría.
Acaso entonces
lleguen hombres
de esos que velan
por la paz de las familias,
y les hablen del
dulce amor de las esposas
y del descanso
junto al fuego,
escuchando, por la
radio, una dulce canción,
mientras los niños
buscan en el atlas
países coronados
de yedras o corales...
Si esto sucede,
gritan con más fuerza
y beben más vino
agrio con sabor de azufre,
hasta que ya no
saben dónde tienen los ojos,
ni por qué les
duele el corazón.
Les arrojan con prisa.
La calle es larga,
y en el firmamento
las estrellas
relucen.
Regresan a la casa
-¡oh dulce hogar!- llorando.
La esposa les
contempla con costumbre.
-¿Quién dice amor,
si la palabra estalla?-.
España
Burgos, 18 de
diciembre de 1906
León, 27 de junio
de 2009
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