Es
mi vida que en su vida palpita.
Es
la llamada tibia de mi alma
que
se ha ido a cantar entre sus rimas.
Es
la inquietud de viaje de mi espíritu
que
ha encontrado en su rumbo eterna vía.
El
y yo somos uno.
Uno
mismo y por siempre entre las cimas;
manantial
abrazando lluvia y tierra;
fundidos
en un soplo ola y brisa;
blanca
mano enlazando piedra y oro;
hora
cósmica uniendo noche y día.
El
y yo somos uno.
Uno
mismo y por siempre en las heridas.
Uno
mismo y por siempre en la conciencia.
Uno
mismo y por siempre en la alegría.
Yo
saldré de su pecho a ciertas horas,
cuando
él duerma el dolor en sus pupilas,
en
cada eco bebiéndome lo eterno,
y
en cada alba cargando una sonrisa.
Y
seré claridad para sus manos
cuando
se vuelquen a trepar los días,
en
la lucha sagrada del instinto
por
salvarse de ráfagas suicidas.
Si
extraviado de senda, por los locos
enjaulados
del mundo, fuese un día,
una
luz disparada por mi espíritu
le
anunciará el retorno hasta mi vida.
No
es él el que me lleva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario