Nuestros
padres murieron al menos dos veces,
la
segunda cuando olvidamos sus anécdotas,
o
no pudimos figurarnos cuántas veces ansiaron el amor,
o
se sintieron inútiles, o anhelaron algo de justicia
en
este mundo. En la tumba, su necesidad
por
nosotros es pura, están perdidos sin nosotros.
La
luna de miel que pasaron en La Habana subsiste o no
subsiste.
Aquellos últimos días de agosto en las Catskills...
Podemos
tomar la decisión de hacerlos felices.
¿Qué
es el pasado sino un trabajo inconcluso,
pantanoso,
fecundo, seductoramente revisable?
Uno
de nosotros ha dedicado su vida a desarrollar un respeto
por
la debilidad de las palabras, el otro por aquello
a
lo que hay que aferrarse; quizá tengamos una oportunidad.
Tratamos
de contar qué sucedió en aquella primera casa
en
la que fuimos, como casi todos los niños, los únicos
necesitados
sobre la Tierra. Recordamos
qué
se nos prohibía, a quién le daban el trozo más grande.
Nuestros
padres, mientras, debían de desear algo
a
cambio de nuestra parte. Sabemos lo que es, ¿no es cierto?
Ya
llevamos vivos el tiempo suficiente.
Canadá
San
Juan de Terranova, 18 de enero de 1989
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