No
llores, Orfeo,
la perdida fragancia de mi
cuerpo
ni el lecho doblegado de
deseos
donde el tiempo fue vid y
espiga presurosa.
No
llores ni lamentes
la ausente humedad
donde solías recrear tu
estrella viril
y abrigarla entre rumores
de hierba.
No
llores,
sino húndete en la herida
que sólo estuvo esperando por
tu daga.
No
me busques en las tinieblas
porque sólo en la luz me
acerco
al
motivo de tu canto
y sólo en ella soy
música,
rocío tempestuoso,
fuego que busca tu
calor,
la sed de tu agua,
la miel de tu panal.
No
me llores, Orfeo:
devuélveme
a la luz
antes que otra serpiente
devore la curva de mis
senos
y se ahogue en el centro
donde ahora florece el hechizo de tu canto.
Delia Quiñónez
Guatemala
Ciudad
de Guatemala, 7 de marzo de 1946
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