No
puede plantar cara al enemigo
mostrándole
los cuernos:
no
los tiene.
Ni
tampoco morderle:
son
sus dientes
pacíficos,
hervíboros.
Carece
de aguijones, de sustancias
que
inocular: su cuerpo
no
produce venenos.
Ni
puede refugiarse en la manada:
vive
con su familia nada más, cuida de ella.
Ni
siquiera la huida le es posible:
mal
corredor, lentísimo, torpón,
lo
atrapan de inmediato.
Así
que si se siente
atacado,
el erizo
se
aovilla
y
despliega sus púas.
Es
su única defensa.
Pues
aún hay quien le acusa
de
agresivo.
Jesús
Munárriz
España
San
Sebastián, 1940
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