Aquel amor le
salía de las cejas
como un susurro
bañaba sus pestañas
y se derramaba
en mi rostro
entonces yo lo
absorbía con una cucharilla
para dar de
comer a mi dolor
me le iba por el
centro, por los lados
le tasajeaba un
pedazo de tiempo
de dulzura para
mi pecho un poco amargo
y de todas
maneras él seguía bajando
hasta las
piernas y los pies y luego
por las
costillas me subía un calorcito
tan agradable,
como de mariposas crepitando
como ayeres,
como cálidas cascadas
de ternura me
iban desayunando
el pecho, y
hasta me sonrojé al comprobar
que mi rostro
había cambiado de color
estaba azul en
una parte y en la otra amarillo
brillaba como
una sombra iluminada
como un agua
sideral y cotidiana
como una melodía
que de tan triste
se parecía a la
alegría, a la dicha
de vivir con
esos ojos que se abrían y cerraban
para mí nada
más, o al menos así lo parecía
cuando yo le
besaba el centro
del pasado,
hasta el presente conjugado
en el tiempo sin
nombre más allá
de toda
circunstancia, de las fechas
que se ofrecen y
parecen cada vez más
al temblor, a la
infinita sed de los amantes
Gabriel Jiménez
Emám
Venezuela
Caracas, 21 de
junio de 1950
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