Aquí yacen, y el
polvo los conserva,
una mujer y un
hombre que se amaron
y que de beso en
beso se acercaron
a la paz que la
muerte nos reserva.
Sencillo, como
un ciervo y una cierva,
a la tierra
profunda se entregaron
y por última vez
se desnudaron
para dormir
debajo de la hierba.
Ella fue
silenciosa, triste, pobre,
y él con su cara
de ceniza y cobre
trabajó en las
entrañas de las minas.
En esta tumba,
caminante amigo,
deja caer un
poco de tu trigo
para que no le
falten golondrinas.
Carlos Castro de
Saavedra
Colombia
Medellín, 10 de
agosto de 1924/
Medellín, 3 de
abril de 1989
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