28 enero 2011

Manuel Machado, Ocaso

Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde... El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.

Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.

Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,

para mi amarga vida fatigada...
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar y no pensar en nada!...

Manuel Machado
España
Sevilla, 29 de agosto de 1874
Madrid, 19 de enero de 1947
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1 comentario:

Maritza dijo...

Qué tremendas metáforas del sentimiento generado y parece que truncado también, en el ocaso, en un ocaso, uno más...que para el poeta fue tan significativo así, como lo plasma en sus versos nobles, caídos, como cae el sol tras el horizonte...inevitable.

Tremendo poeta.

Gracias, Trini.
Abrazos.