Mudanzas
por el mar o por el tiempo,
en
un navío, en una carreta con libros,
cambiando
de casas, palabras, paisajes,
separándonos
siempre para que alguien se quede
y
algún otro se vaya.
Despedirnos
de un cuerpo de mujer
que
se mira ya lejos como un pueblo,
donde
las noches fueron más largas que los siglos
en
lámparas y hoteles.
Mudanzas
de uno mismo, de su sombra,
en
espejos con pozos de olvido
que
nada retienen.
No
ser nunca quien parte ni quien vuelve
sino
algo entre los dos,
algo
en el medio;
lo
que la vida arranca y no es ausencia,
lo
que entrega y no es sueño,
el
relámpago que deja entre las manos
la
grieta de una piedra.
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