El
avaro jamás será dichoso.
El
avaro malvive y no se gasta
ni
una de sus monedas apiladas,
inservibles,
mugrientas.
Y
eso es imperdonable.
Porque
el avaro, como todos,
morirá
cualquier día, pero sin haber visto
el
brillo de los ojos más amados
al
abrir un regalo.
España
Madrid, 1962
Madrid, 1962
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