Nunca nada de
ellos te había conmovido,
ni siquiera sus
nombres.
Recogías del suelo
a veces una hoja
desprendida a tu paso,
la mirabas ausente
con tosca
indiferencia,
segura de su
verdor, que iba a responder
con el silencio
suyo a tus preguntas, ¿cuándo?
Debajo de sus
copas pasó el amor contigo
y aspiraste el
perfume
de su hospitalidad
ensombrecida,
mas no leíste
nunca
su caduca
escritura,
los trazos del
reflejo inestable del sol
en la sombra que
era de tus sueños cobijo.
Ahora no responde,
ahora te interroga:
¿desde dónde ha
caído esta hoja amarilla
sobre el papel en
el que escribes?
Y mientras se
deshace
en tus manos su
escuálido esqueleto,
le contestas que
has visto esta mañana
al mirar a tu hijo
-que de repente es
alto, tan alto como ellos-
la esbeltez de sus
troncos,
que en su vello
incipiente hay restos de resina
e intuyes en sus
labios un sabor de raíces.
¿Lo recuerdas
ahora? Ése era el mensaje
perenne, de
aquella escritura:
en ti había un
árbol,
de su copa ha
caído esta hoja amarilla.
El árbol que ha
brotado de la alfombra invisible
de las horas de
espera,
aquél en el que
añoras llegar a cobijarte,
bajo la sombra
tuya,
junto al tronco soñado
en cuyo cerne
estaba escrito este poema.
España
Palencia, 15 de octubre de 1953
1 comentario:
Qué maravilla de poema.
Qué sensibilidad más exquisita...
Gracias por compartir.
Un abrazo enorme.
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