Sobre un mar
infinito de lumbre venias soñando.
Y en tus ojos,
despierta, venia la flor en su nieve.
Tantos pájaros
eran contigo, que arpegios gozosos
imantaron la seca
llanura, ¡y todo fue vuelo!
Fue en el aire
canción de azucena tejiendo su encaje.
Fue una danza de
luz en espigas fervientes, despacio.
Fue clamor de
rocíos abiertos a grávidas lunas
que soñaban tu
aurora imposible, tu ansiado rescoldo.
Pude verte, sin
ti, junto al eco de aquella «fontana»,
tu «bendita
ilusión» abrazándote ya sin huida.
¡Pude verte!
Qué umbral te
retrajo de mí? ¡Qué desiertos
sobre el mundo mis
ojos, poetas! Y, oí tu mirada.
La escuché,
derrotando caminos, abriéndome cauces
donde ardía la
gota de agua, minúscula, y firme,
donde todo, la
tierra y el cielo, mi nombre y tu mano,
era, ¡y eran! por
ser con ternura de rosa y de nieve.
Uno a uno se
alzaron los nidos.
¡Uno a uno! ¡Qué
amor en tus ojos, poeta, qué amor!
¡Cuántos pájaros
eran volándote!
Y venías.
Sobre un mar
infinito de lumbre venías soñando.
Puerto Rico
Ponce, 1902/
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