Un hombre
trabajado por el tiempo,
un hombre que ni
siquiera espera la muerte
(las pruebas de la
muerte son estadísticas
y nadie hay que no
corra el albur
de ser el primer
inmortal),
un hombre que ha
aprendido a agradecer
las modestas
limosnas de los días:
el sueño, la
rutina, el sabor del agua,
una no sospechada
etimología,
un verso latino o
sajón,
la memoria de una
mujer que lo ha abandonado
hace ya tantos
años
que hoy puede
recordarla sin amargura,
un hombre que no
ignora que el presente
ya es el porvenir
y el olvido,
un hombre que ha
sido desleal
y con el que
fueron desleales,
puede sentir de
pronto, al cruzar la calle,
una misteriosa
felicidad
que no viene del
lado de la esperanza
sino de una
antigua inocencia,
de su propia raíz
o de un dios disperso.
Sabe que no debe
mirarla de cerca,
porque hay razones
más terribles que tigres
que le demostrarán
su obligación
de ser un
desdichado,
pero humildemente
recibe
esa felicidad, esa
ráfaga.
Quizá en la muerte
para siempre seremos,
cuando el polvo
sea polvo,
esa indescifrable
raíz,
de la cual para
siempre crecerá,
ecuánime o atroz,
nuestro solitario
cielo o infierno.
Jorge Luis Borges
Argentina
Buenos Aires 24 de
agosto de 1899/
Ginebra 14 de junio de 1986
Ginebra 14 de junio de 1986
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