Para traspasar las
hojas,
la luz se pone de
lado.
Se despereza el
aroma
y hay un sopor
que, despacio,
deshilachan las
zumbonas
avispas del
emparrado.
La paz del jardín
se esparce
por el brillo del
acanto
y la tarde se
inaugura
al regarse el
empedrado.
Hay rincones
invisibles
con amores
encalados
y persianas donde
crece
la penumbra del
verano.
El mirador se
remira
en los reflejos
más altos.
Alguna risa que
llega
por el silencio
rampando
y el agua, dueña y
señora
por fuentes y por
regatos.
El aire tiene un
desgaire
de mimbre
desangelado.
El arrayán
cuadricula
la dicha de estar
mirando.
Desde los poyetes,
rastras
en macetas de
geráneos
cuelgan hasta el
arriate
buscando su olor
mojado.
El silencio se
despierta
picoteado de
pájaros.
Las glicinias se
retuercen
sobre sus pomos
morados
y son de azulejo y
frío
los zócalos y los
bancos.
El chirrido del
portón
anuncia el rito
diario.
Las sillas, de
recia anea.
El vino, de mano
en mano.
La amistad, como
beberse
la tarde de un
solo trago.
Rafael Guillén
España
Granada, 27 de
abril de 1933
1 comentario:
Una tarde de verano que huele a jazmín y a zapatilla blanca y antigua.
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