La casa necesita
mis dos manos.
Yo debo sostener
su cal como mis huesos,
su sal como mis
gozos,
su fábula en la
noche
y el sol ardiendo
en mitad de su cuerpo.
Deben dolerme las
cortinas y sus gaviotas
muertas en el
vuelo.
Conmoverme el
jardín y su antifaz de flores dibujado,
el ladrillo
inocente acusado
de no haber
alcanzado los espejos,
y las puertas
abiertas para las recién casadas
con su rumor de
arroz creciendo bajo el velo.
Debo atender su
réplica del universo,
la memoria del
campo en los floreros,
la unánime vigilia
de la mesa,
la almohada y su
igualdad de pájaros dispersos,
la leche con el
rostro del amanecer bajo la frente
con esa yerta
soledad de una azucena
simplemente
naciendo.
Debo quererla
entera, salida de mis manos
con la gracia que
vive de mi gracia muriendo.
Y no saber, no
saber que hay un pueblo de trébol
con el mar a la
puerta
y sin nombres
ni lámparas.
Venezuela
Ciudad Bolívar, 3
de febrero de 1916
Caracas, 11 de
agosto de 1999
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