A José Luis Piquero
Conducía un tres puertas azul de doce años
que heredó de su padre y que ya renqueaba.
Con él cruzaba el puente después de medianoche
como una mecha ardiendo suspendida en el río.
Llegaba así a este lado de la ciudad encendida,
se acodaba en la esquina de un local atestado
y dejaba en sus ojos vagar su transparencia
como vagan dormidas las formas de un acuario.
El tirón de la carne era dulce y violento,
sólo a él respondía de manera feliz
y tornaba la vida animal y jugosa.
El resto era roer
las sobras de un banquete.
Se llamaba David, según me dijo,
sólo andaba detrás de lo que era posible
y ayudaba a su madre en un taller de ropa.
España
Granada, 1966
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