quedando
los jardines a merced del poniente.
Algunos
animales prosiguieron en celo.
Escurrían
los peces su plata en las orillas.
Derramaban
serrín las muñecas de trapo
y
sintieron las tejas verdecer sus aleros.
La
tristeza en los barcos no aumentó con la lluvia
ni
lloraron los sauces más de lo conveniente.
Encontró
el recental las ubres deseadas.
Ajenos,
los amantes continuaron su sueño.
Y
aunque un frío finísimo paralizó mi sangre,
No hay comentarios:
Publicar un comentario