Envuelta
en la luz se vuelve roja. Llegó con un mar inhóspito, cantando que la suerte la
anida cada hueso. Trae un calamar en El tobillo y camina dejando de rastro las
estrellas.
Un
beso se le escapa, llega ante la boca de un parroquiano. Ella ríe, sacude las
mariposas de su cuerpo. Un par de ojos choca ante el cristal que guarda el
aire, que asfixia al fuego antes de arder bajo la bóveda.
Esa
piel castaña asombra ante el espejo de su canto. El marinero la dejó suelta
entre caracoles de mentira. Ella se perfumó la oreja con la sal de su saliva.
Esta
medusa ha ensortijado las historias. Echó redes a las venas, anudó los
pendientes del dueño de este antro; volvió a la luna página de su bitácora,
cómplice del color abundante de su boca.
Observa
entre las velas. Elige. Apunta hacia el poniente. La brújula que recorrió su
pecho la hizo madre de los hombres. La llamó hija de su llanto.
Mónica Nepote
México
Guadalajara,
Jalisco, 1970
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