Cuando miro
hacia atrás me parece recordar el canto.
Aunque siempre
estaba en silencio aquel salón largo y tibio.
Impenetrables,
creíamos, esos muros
oscurecidos de
escudos antiguos. La luz
brillaba sobre
la cabeza de una chica o sobre sus piernas
jóvenes
despatarradas. Y las voces bajas
subían en el
silencio a perderse como en el agua.
Incluso, al
estar todo tibio y quieto como una mano,
si uno de
nosotros corría las cortinas
una lluvia
bordada soplaba afuera con descuido.
A veces se
colaba un viento que hacía bambolear las llamas
y proyectaba
sombras agazapadas en las paredes,
o aullaba un
lobo afuera en la noche vasta
y al sentir que
se nos helaba la carne nos acercábamos.
Pero la danza
continuaba por un rato
—así me parece
ahora:
formas lentas
que se movían serenas a través
de charcos de
luz como una red dorada sobre el piso.
Así debe haber
seguido, para siempre, como un sueño.
Pero entre un
año y otro —¿cambió el viento?
¿La lluvia al
final pudrió las paredes?
¿Vinieron los
hocicos de los lobos a empujar los rayos caídos?
Hace tanto.
Sin embargo a
veces me acuerdo del salón cortinado
y escucho las
voces lejanas y jóvenes, que cantan.
Doris Lessing
Reino Unido
Kermanshah, Irán,
22 de octubre de 1919
Londres, Reino
Unido, 17 de noviembre de 2013
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