Entramos en el
paisaje tristísimo,
una tristeza
entretejida de colinas,
árboles
desnudos, hierbas bajas,
espino albar en
flor.
En casa
encontramos a la abuela
de noventa años,
con su viejo hijo al lado,
los dos cerca
del fuego, el breviario
abierto en la
página
de aquel día y
de aquella hora. Ellos
no sabían
que eran un
fragmento de eternidad,
una escama
reluciente
impregnada de tiempo
y de destino.
Anna Ventura
Italia
Roma, dicciembre de 1936
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