A las doce, la
mesa estaba cargada de silencio;
no tenía nada
que decirle a nadie,
ningún chisme
que desatara una ráfaga pasajera,
ni cuentos
chinos como nubes de cuajo y suero,
ninguna historia
como rayo fulminante.
Yo no hablaba,
absorbida en mi carne.
«Cuéntanos algo
de ti» decía Padre
ante nuestro pan
de cada día
y yo,
titubeante, pinchaba un pedazo
sosteniendo el
tenedor en alto para que no se cayera.
Pero era más
fácil cincelar el asado con un cuchillo afilado
que partir el
pan de la conversación,
más doloroso
pasar el tiempo charlando
que alcanzar un
plato caliente, seleccionar los guisantes, esperar el turno.
El lenguaje era
ayuno.
La frase me
vuelve ahora:
el impromptu «cuéntanos
algo de ti»
en el banquete
de los delegados.
Jamás creí
que me pasaría
la vida fileteando palabras.
Me conformo con
ser muda
sentada frente a
un consejo demasiado cargado
y sin juicio
salvo el exceso:
pero tengo
hambre de migas
que, cuando
sacudes el mantel de la vida,
no son más que
palabras en la
fría y dura respiración del viento.
Menna Elfyn
Reino Unido
Gales, Swansea, 1951
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