Quisiera un poema
de respiración tensa
y sin pudor.
Con la elegancia
redonda de las mujeres barrocas
y el reverso todo
del arbusto fino.
Un poema que
Rubens envidiaría, al ver,
desde el fondo de
tres siglos,
su cuerpo
magnífico echado sobre un diván,
y reclinados los
brazos desnudos,
sólo con pulseras
tan (pero tan) preciosas,
y un angelito
encima,
en su pequeño
nicho hecho nube,
resguardándolo,
dulce.
Un poema así
quisiera.
Mucho más todo que
las dignidades griegas
de equilibrio.
Un poema hecho de
excesos y dorados,
y todavía muy
bello en su pujanza oscura y mística.
Ah, como quisiera
yo un poema diferente
de la pureza del
granito, y de la pureza del blanco,
y de la
transparencia de las cosas transparentes.
Un poema exultando
en la angustia,
un largo
rododendro color de sangre.
Una alameda entera
de rododendros por donde el viento,
al pasar, se
detuviera deslumbrado
y en desvelo. Y
allí se quedara, aprisionado en el cántico
de sus pulseras
tan (pero tan)
preciosas.
Desnudo, de
redondas formas, tal poema quisiera.
Una contrarreforma
del silencio.
Música, música,
música llenándole el cuerpo
y el cabello
trenzado con flores y serpientes,
y una fuente de
espanto polifónico
escurriéndosele
por los dedos.
Reclinado en diván
forrado de terciopelo,
su desnudez
redonda y plena
haría a grifos y
sirenas empalidecer.
Y a los pobres
templos, de líneas tan contenidas y tan puras,
temblar de miedo
solamente de la fulguración
de su mirar.
Dorado.
Música, música,
música y la explosión del color.
Espiando desde el
fondo de tres siglos,
un Murillo
callado, al ver que simples eran sus ángeles
junto a los ángeles
desnudos de este poema,
cantando en
conjunción con otros
astros de oro
salmodias de amor
y de perfecto exceso.
Góngora
empalidece, como los grifos,
ahora que lo
contempla.
Esta
contrarreforma del silencio.
Su mano alzada
rumbo al cielo, cargada
de nada.
Ana Luisa Amaral
Portugal
Lisboa, 1956
No hay comentarios:
Publicar un comentario