Es como
levantarte con los ojos,
con las húmedas
alas de los ojos,
al imborrable
cielo del recuerdo.
Pasan nubes
oscuras, tristes pájaros.
Lentamente tu
nombre al fin se queda
solo, desnudo,
inmóvil, imposible,
como estrella
varada.
Y nombrarte es
dolor. Reconocerte
después de cada
tarde, como el sueño,
es el dolor
diario. Cruzo absorto
calles hacia la
angustia de la nada,
entro en casas
desnudas,
hablo a seres
extraños, torpemente.
Reconocerte es
triste, como es triste
siempre
identificarnos lo más nuestro
inútilmente
cerca, naufragando
en la luz impiadosa
de los días.
Entramos y
salimos de nosotros
abandonando
siempre lo que somos,
esa sola verdad
que nos habita,
apaleado perro
en las veredas
por las que
transitamos sordamente.
Sentirte cerca
duele, como duele
siempre palpar
la herida que no cura.
Sentirte en
lenta huida hacia la tarde
con un dolor
solar sobre los párpados.
Veo a veces tu
cuerpo como un río,
como un río
pasando mudamente
el puente de mis
años, por mi pecho.
Y en un heroico
cielo, siempre inmóvil,
sólo tu nombre,
herido de memoria.
En esta soledad
me estoy poblando,
haciéndome de
bosque y fronda hirviente.
Una renunciación
acaso sea
más que segar la
pretendida rosa
brotar oscuros
árboles de sueño.
Leopoldo de Luis
España
Córdoba, 11 de
mayo de 1918
Madrid, 20 de noviembre de 2005
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