He redondeado esquinas
para no encontrar
monstruos a la vuelta
y me han atacado por la
espalda.
He lamido mi cara cuando
lloraba
para recordar el sabor del
mar
y solo he sentido escozor
en los ojos.
He esperado de brazos
cruzados
para abrazarme
y me he dado de bruces
contra mi propio cuerpo.
He mentido tanto
que cuando he dicho la
verdad
no
me
he
creído.
He huido
con los ojos abiertos
y el pasado me ha
alcanzado.
He aceptado
con los ojos cerrados
cofres vacíos
y se me han ensuciado las
manos.
He escrito mi vida
y no me he reconocido.
He querido tanto
que me he olvidado.
He olvidado tanto
que me he dejado de
querer.
Pero
he muerto tantas veces
que ahora sé resucitar
—la vida es
quien tiene la última
palabra—.
He llorado tanto
que se me han hecho los
ojos agua
cuando he reído,
y me he besado.
He fallado tantas veces
que ahora sé cómo
discernir los aciertos de lo inevitable.
He sido derrotada por mí
misma
con dolor y consciencia,
pero la vuelta a casa ha
sido tan dulce
que me he dejado ganar
—prefiero mi consuelo
que el aplauso—.
He perdido el rumbo
pero he conocido la vida en
el camino.
He caído
pero he visto estrellas en
mi descenso
y el desplome ha sido un
sueño.
He sangrado,
pero
todas mis espinas
han evolucionado a rosa.
Y ahora
mi vida
huele a flor.
Elvira Sastre
España
Segovia, 1992
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