He leído en algún lugar
que los antiguos griegos no escribían necrológicas,
cuando alguien moría
apenas preguntaban:
¿tenía pasión?
cuando alguien muere yo
también quiero saber de la calidad de su pasión:
si tenía pasión por las
cosas generales,
agua,
música,
por el talento de algunas
palabras para moverse en el caos,
por el cuerpo salvado de
sus precipicios con destino a la gloria,
pasión por la pasión,
¿tenía?
y entonces indago en mí si
yo mismo albergo pasión,
si puedo morir
griegamente,
¿qué pasión?
los grandes animales
salvajes se extinguen en la tierra,
los grandes poemas
desaparecen en las grandes lenguas que desaparecen,
hombres y mujeres pierden
el aura
en la usura,
en la política,
en el comercio,
en la industria,
dedos conexos, hay dedos
que inspiran a los objetos la espera,
trémulos objetos entrando
y saliendo
de los diez tan escasos
dedos para tantos
objetos del mundo
y lo que así hay en el
mundo que responda a la pregunta griega,
se puede mantener la
pasión con la fruta comida aún viva,
y hacer después con sal
gorda una canción curtida por las cicatrices,
palabra soplada a qué
horno con qué fuelle,
que alguien preguntase:
¿tenía pasión?
alejen de mí la pimienta
del reino, el jengibre, el clavo de la india,
pongan muy alta la música
y que yo baile
fluido, interminable,
sostenido por toda la luz
antigua y moderna,
los ciegos, los templados,
ah no, que al menos me encontrase la pasión
y me perdiese en ella
la pasión griega.
Herberto Hélder
Portugal
Funchal, 23 de noviembre de 1930
Cascaes, 23 de marzo de 2015
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