Entre
la mujer y la primera niña hay un espacio de arena y vidrio. Gira el tiempo en
su moción irreverente como un diábolo de esquirlas. Me incomoda su simetría. La
nebulosa se origina cuando agito la tempestad que hay en mi mano. Entonces se
enturbia el agua en su esfera de luz. Copos de tinta negra flotando como cadáveres
tempranos. Son los insectos oscuros de la fiebre. Chocan contra la membrana del
tránsito entre relojes. Van dejando sus vísceras sobre el parabrisas de un
llanto. Llueve o lloro. Es lo mismo. La nada no tiene sangre, tan solo
permanece en su canto.
Beatriz
Russo
España
Madrid, 1971
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