que se pusiera el sol tan
suavemente
como cordón de aceite
sobre el pan
y que en las rosas últimas
de otoño
aún resistiera intacto su
perfume.
Y extraordinario fue sin
duda el hecho
de regresar a casa
mientras ibas
con amor desbordado por el
mundo
y por saberte vivo, tan de
gratis.
Y ni los vinos del Duero,
ni el Rioja
te supieron mejor que el
agua fresca
que te aplacó la sed, otro
milagro
rescatado de pronto de la
infancia.
Ahora para ti solo, Andrés
Trapiello,
tienes al clave a Mozart
en tu cuarto,
y sólo para ti interpreta
músicas
más firmes que la noche de
las Osas
con su luz no envidiosa de
otras luces,
armonías y sones acordados
como jamás el corazón de
un hombre
haya sentido y como nunca
tú,
de cuna tan humilde,
imaginaste.
¿Cuántos reyes pudieron en
su vida
vivir tantos prodigios, si
es que acaso
pudieron descubrirlos en
la corte
o en medio de batallas ya
olvidadas?
Feliz aquel a quien con
mano parca
el dios le concedió lo
suficiente.
Y a quien le diera más, le
sea leve
la tierra donde acabe, y
más la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario