el tiempo, que
en vivientes fragmentos divide
al que fui
del que seré,
como el machete
a la culebra;
la conciencia,
la transparencia traspasada,
la mirada ciega
de mirarse mirar;
las palabras,
guantes grises, polvo mental sobre la yerba,
el agua, la
piel;
nuestros
nombres, que entre tú y yo se levantan,
murallas de
vacío que ninguna trompeta derrumba.
Ni el sueño y
su pueblo de imágenes rotas,
ni el delirio y
su espuma profética,
ni el amor con
sus dientes y uñas nos bastan.
Más allá de
nosotros,
en las
fronteras del ser y el estar,
una vida más
vida nos reclama.
Afuera la noche
respira, se extiende,
llena de
grandes hojas calientes,
de espejos que
combaten:
frutos, garras,
ojos, follajes,
espaldas que
relucen,
cuerpos que se
abren paso entre otros cuerpos.
Tiéndete aquí a
la orilla de tanta espuma,
de tanta vida
que se ignora y se entrega:
tú también
perteneces a la noche.
Extiéndete,
blancura que respira,
late, oh
estrella repartida,
copa,
pan que
inclinas la balanza del lado de la aurora,
pausa de sangre
entre este tiempo y otro sin medida.
Octavio Paz
México
Ciudad de México, 31 de marzo de 1914/
Ciudad de México , 19 de abril de 1998
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