Cuando ella se
viste,
la lenta
transformación de un cuadro veo.
Cuando ella se
viste mientras llueve
y queda presa en
el terrible lacrimario,
destilan sangre
las acacias.
Como una criatura
carroliana
introduce sus
piernas en las medias de cristal,
y los peces de
cera crepitan:
acaba de arrojar
un puñado de diamantes contra el suelo.
Se sigue
vistiendo
y lenta
transforma su
cuerpo.
Su cuerpo es una
nave de conquista que surca aguas de nadie;
el trauma
corrosivo de la gran ciudad.
Se tambalea el
cuarto bajo su paso romano,
mientras una
brocha llorosa
pinta de color su
indumentaria;
la tristeza del
negro para su jersey,
el alegre fresa
para su falda de metal.
Como un áspid el
collar se enrolla a su garganta;
son siete vueltas
de dolor.
Luego, las
oscuras sombras de los ojos,
dibujadas con una
línea de carbón
que enarca
también las cejas del orgullo.
Así queda la
memoria, o el olvido,
en su mirada de
ultratumba.
Fuera, en la
calle, ha dejado de llover.
Negros son los
zapatos de largo tacón
que impulsan su
figura.
Y tras la última
contemplación ante el espejo
resuena la hoja
de la puerta y se va.
Se va.
Se ha ido.
Por la calle
traspasada de un fuerte olor a tierra y pasto,
camina.
Queda en la
estancia,
entremezclado,
el delicado
perfume de rabanne
y reinando en la
recia mansedumbre del orden,
el aroma,
inextinguible, de su ausencia.
Luis
Jiménez-Claveria
España
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