No es la estación
del año más propicia
para que el
esplendor de estos jardines
se muestre por
entero. En primavera,
el verde renovado
de las hojas
contrasta con los
tonos de las flores;
en otoño, es la
gama de ocres quien impone
belleza a esa
nostalgia
que destila su
zumo
de las sombras
frondosas del verano.
Pero ahora, en
invierno,
ni siquiera la luz
de este sol de febrero,
ni la seca y
solemne majestad de los árboles,
ni el silencio
escondido tras el canto de un pájaro
son capaces de dar
la medida precisa
de ese sueño que
alguien ideó como réplica
del viejo paraíso.
Y, sin embargo,
ahí
es donde en
realidad está el sentido
de esta creación
del ser humano:
en la apagada
música que brota
del fondo de un
jardín
cuando el mundo
dispone una ausencia de vida
y parece que todo
permanece en la muerte.
España
Plasencia 1959/
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