Se me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía
Y las rosas de olor, que pongo como ella las ponía,
exaltan su color;
y los bellos cojínes, que pongo como ella los ponía,
florecen sus jardines;
Y si pongo mi mano -como ella la ponía- en el negro
piano,
surge como en un piano muy lejano, mas honda la diaria
melodía.
¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella
las hacía!
me inclino a los cristales del balcón, con un gesto de
ella
y parece que el pobre corazón no está solo.
Miro al jardín de la tarde, como ella,
y el suspiro y la estrella se funden en romántica
armonía.
¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella
las hacía!
Dolorido y con flores, voy, como un héroe de poesía mía.
Por los desiertos corredores que despertaba ella con su
blanco paso,
y mis pies son de raso -¡oh! Ausencia hueca y fría!-
y mis pisadas dejan resplandores.
Juan Ramón Jiménez
España
Moguer, Huelva, 24
de diciembre de 1881
San Juan, Puerto
Rico, 29 de mayo de 1958
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