carne color de
grito, fiebre alerta
en la savia lunar
de los rumores.
Al llegar
pronunciaron su oleaje,
su ocupación
cansada de la noche.
Hincaron su raíz
en la penumbra
y en los atrios
brillaron las señales
de una
claudicación predestinada.
Nada dijeron de la
luz herida,
de las gargantas
que se despertaron
sobre la oscuridad
de ciertas horas,
ni del murmullo
arrodillado, lento,
de la respiración
de sus edades.
Sobre la piel de
una sonrisa muerta
creció la profecía
de los nombres.
Las calles se
olvidaron de los ecos
que acaricia al
pasar la madrugada,
y la humedad trepó
por la osamenta
de una ciudad
hundida en el verano.
Nadie pudo
advertir con su ternura
la palabra que el
tiempo edificaba
sobre un reloj
partido: la memoria.
El Sur se levantó
sobre la sangre
y la sangre gritó
en sus acueductos.
Después volvió el
dolor a los caminos
y abrió sus
espirales la costumbre.
España
Murcia, 24 de
junio de 1948
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